martes, 24 de mayo de 2016

OBSERVACIONES. Desde agosto del año 1988 hasta marzo de 1991

En este periodo se incluyen diversas experiencias poéticas y en  prosa fruto del trabajo y de las relaciones entre amigos y familiares.

Comienzo por un regalo de comunión realizado para una prima. Y continúo con relatos breves de esta época.



UN CORTO PASEO


Poesía escrita en  diciembre de 1988, resultado de las visitas de mi infancia a la casa donde vivían mi  abuela materna, mis tíos y mi prima hermana. Son recuerdos personales de  imágenes y sonidos de la niñez y juventud. Con motivo de la Primera Comunión de mi prima segunda Ana Defez Cernicharo  el día 5 de junio de 2011,  aproveché la ocasión para montarla y regalársela enmarcada en  un cuadro.


Cuán lento sonaba el tic-tac,

en la morada de mi abuela,
cuando al salir de la escuela,

me daba de merendar.



De papeles redoblados,

y figuritas descoloridas,
de bodas ajenas,

la cornisa está llena.



Dos alfileres, un dedal,

un maduro calendario moreno,

botones varios,

humo espeso;

de Padua,

santo eterno.


Qué tranquila fluye la llama
sentado ante el hogar,
leña seca
que llora sin hablar,
y rechina la enea
al echarme hacia atrás.

Entre cenizas
andan las fuelles,
la badila, las tenazas;
la parrilla retorcida,
aguardan las trébedes.

Recostada en la pared,
reposa la fresquera,
un estante alacenilla,
revuelto de cajas,
botes de especias,
rancias medicinas,
enseres.

Triste radio,
callada,     
quieres cantar,
condenada.

Sobre la mesa,
rojo tapete,
cubiertos de alpaca,                       
porcelanas,  pucheros,
un plato desportillado,
cobertera sin asa,     
y de barro, una fuente. 

Refleja el pañoso espejo
una puerta de dos hojas,
la percha solitaria,
y un torcido contador,
que agoniza su marcha.

Maderos podridos    
de ondulado techo,
sostienen un candil
de aceite negro;
esperando como palomilla
y  vela consumida     
que un día encender osemos.

De una grieta del techo,
asoma una araña        
que trepa a la bombilla
y encoge las patas.   

Un puñado de sillas,                      
donde vive la carcoma,
se amontonan en la orilla,
de un mundo sin comas.

Inclinado está el cuadro
gallinita  ciega, loca,                      
desnudo, sin cristal,                       
escena típica de Goya.

Viene a mis oídos  el crujir,
de bisagras secas,
la corriente,
un seco portazo,
fuerte olor,
vaho de hojas frescas.

Interruptor ruidoso 
entre esta humedad,                     
con cuidado te pellizco,
miedo me das.

De la entrada a la cocina
baila el viento las cortinas;
al  fondo un pilón,   
loseta de madera,    
zócalo de colores,    
pastilla amorfa de jabón
y un estropajo bayeta.

Astas de toro,              
clavos de pared,
el cesto de la llueca,                     
escoba de cerrillo,   
brazo de almirez.      

Alta, recia                      
cama recta,
siesta de descalabro,                     
palangana y bacín,    
descanso.

Hola,
mecedora barnizada,                     
sigue,
duerme en tus brazos,
la pelliza desgastada.                     

Mesita de noche y de día,
plagada  de retratos,                      
cajón desastre de objetos,
bajo un roído baúl,
se ríen los zapatos.

Un minúsculo ventano,
anima la habitación,                       
el pino desnudo        
con un sombrero colgado,
quiere bailar una canción.

Por el pasillo estrecho
una mellada escalera de yeso,                       
techo del cuartillo repleto,      
de lebrillos relañados,
cazos, perolas, sartenes,
telarañas y orzas;       
el pilón y la romana,                      
retenes.   

Y en la cámara,
lo infinito en trastos viejos,     
ratones, sogas de jareta,
restos de paja,
un arca olorosa,
nido de vencejos.     

En un recodo, al bajar,
un pozo con su tapa,                      
cuentos de brujas,   
desgracias,
historias verdaderas,                      
fantasía, niñez, quimeras.                                  
                                                                                                                     
Un corral habitado,                        
de gallinas viejas,     
conejos y cerdos,      
americanas;
basurero de peladuras,
excrementos secos,
donde escarban.

Cómo me gusta beber
agua fresca de aquel rincón,
donde la mula roma           
calma su sed,               
mientras su arriero,
afanado, la desapareja 
cantando su ruda canción.

Sarmentera sobre desván,
tabla de retrete, basurero,
cuadra, gorrinera y cal;                
fuerte olor a zotal.  

En lo alto del fresco porche,
reforzado de maderos,
nidos de golondros,
salpicados de granito;                                                                             
aún oigo el eco,
de un  piar infinito.

Aperos, ”agüerillas”
astiles y horcas,
la tornaja y el bozal
collerón, forcate  y “azá”,
llantas de carro diluviano
bicicleta y ramal.

Adiós me dice el gato
dueño de la casa,
con su triste maullar,
mientras miro en la pared,
el dibujo circular
del abuelo con compás;
rugen entretanto
los herrajes en las “portás”.

No pasa el tiempo
en este sereno lugar,
verde amarillento,
derrochando pensar,
se ha hecho de noche,
y me quedo sin aliento.

                                                                                                                                                                    Sebastián Tolosa Cernicharo



VIAJE A LA TIERRA PROMETIDA  -  Primavera 1987

Aquella noche, Aurora, sumergida entre sueños, pesadillas y raros estados de vigilia con la luz encendida, lo pasó fatal, esperando desesperadamente que llegase la hora de partir. Tal era su alegría y ganas de romper el cascarón de este hábitat, que le envolvía de pesares y depresiones pasajeras que descargaba en  los miembros de su familia día tras día; que arrasó con todos sus artículos de cosmética y ropas de la casa, en especial lo de su hermana Victoria, que es objeto principal de las disparos y chispas de sus variados estados temperamentales y anímicos. Se llevó ropa para  un mes, peines, lápices de labios, secador y hasta dos cepillos de dientes, por si alguno se deshilachaba en sus intentos de frotarse las muelas de manera exasperada.  No se podía esperar otra cosa. Dejó a su hermana en cueros, la que al levantarse, en la mañana que partió, tuvo que ponerse una larga camisa de su padre y unas alpargatas de andar por casa mientras esperaba mojada en el tendedero, la ropa de los domingos, y para las fiestas del pueblo.
Aurora, sumida en este sobrecogimiento de la idea de salir de la aldea, de que iba a vivir tantas experiencias nuevas y tantos momentos no vividos, segura de que estaría en cientos de contextos y lugares a la vez; cargó con los disfraces apropiados para cada uno de los instantes que iba a disfrutar. Todo ello se podía traducir en una total inseguridad  y a la vez curiosidad de cara a afrontar estas vivencias.
Ella era la mayor de dos hermanas, lógicamente afectada por el complejo de Caín, por la herencia de autoridad, ensimismamiento y egocentrismo que le proporcionaba su aferramiento fatal, y su letargo.  Inocente como un pájaro recién nacido, pero amarga y agria como una aceituna verde se mostraba cotidianamente.
Después de recorrer unos cargantes  kilómetros en el viejo autobús, esperaron en el puerto para subir al barco que; tras la leve inestabilidad de cubierta y mareillos insignificantes por el ajetreo y vaivén; les acercó al blanco puerto mallorquín.
Ya en el hotel todo había cambiado de aspecto, todo era distinto, olía mejor, todo parecía bonito y agradable,  la cama típica de hotel, las lamparitas, el cuarto de aseo brillante; aunque su categoría no alcanzaba la de una pensión de carretera, el precio se asemejaba al de un hotel de lujo.
Leovigilda le ayudaba a subir las maletas y bolsas, y ordenaba cuidadosamente el equipaje, como si viniera a instalarse para toda la vida; colocó sobre la mesita un pequeño regalo de su amiga confidente Victoria, la hermana de aquella, camarada “de conveniencia” porque sólo acudía a ella para dar salida a sus intimidades y no quedaran en el olvido. Victoria era como un baúl cerrado que no despegaba el pico ni para contarle intimidades de otros,  ni si quiera a su novio Chiquiznaque.
Leo durante el viaje sólo pensaba en su amante y semental Juan, que lo tenía al lado; vulgarmente llamado Elías, por los líos que se hacía la gente cuando indagaba sobre su origen paterno.  “Juan El Líos“ era el amor platónico y sexual de la niña  Leovigilda que proyectaba toda la fuerza que le transmitía este hombre roído por sus múltiples desventuras,  en un rojillo endeble, tartamudo y medio cegato. La noche anterior al viaje la pasó con él;  yo la observé y descubrí en sus ojos un relucir aguanosillo, nunca la había visto así, excepto en Navidad, tan sumida, tan discreta y nerviosa, ya que aprovechaba una cotidiana salida de Ramonet, con el que solo se dedicaba, en el mutismo absoluto , la felicidad fingida y la sinrazón incoherente, a fornicar y a realizar sibaritismos besucones, hasta tal punto que un día estas acrobacias le lleven posiblemente  a cambiar sus gafas por unas más aerodinámicas o a hacerse la cirugía estética. Entre lentes y ojeras de trasnoche, entre lenguas y salivas diversas, un día  se le despuntó un colmillo entre bocanada y bocanada lo que le costó desembolsar  su preciado y escondido dinero. Con la visita al dentista  a la ciudad del azahar aprovechó para el encuentro con este viejo exnovio, que  quién sabe si era el  ex  o  el habitual.
Leo, a pesar de los recuerdos inmediatos de la noche anterior, tenía seguro su polvo en un ambiente distinto, cama portátil y ganas renovadas, porque entre lo horribles que eran y el olor que se les apoderaba, no debería de ser algo muy placentero para el que los mirase. ¡Ojo con mencionar el nombre del otro en un momento de éxtasis!
Con razón los poetas se han inspirado en ti para hacer florecer con tinta, las desventuras de una correcaminos barata.
Llegó el anochecer, toda la cuadrilla estaba cansada y para el arrastre, pero a pesar de ello como todo estaba pagado y hay que salir a moler el cuerpo y a disfrutar de las delicias que residen en el entrañable pueblo del Arenal. Todo, en esta primera velada es forzado, beber, fumar, bailar… hay que der una imagen alegre desenfadada y marchosa, y si no… ¿A qué hemos venido?  Como decía una palurda con una botella de cerveza en la mano y molestando al personal.
Pronto se cansaron de esta paliza nuestros enamorados, que perdidos en este fango, fueron a parar al hotel, en concreto a la habitación de ella. En la habitación contigua, Aurora, que yacía  boca arriba en su catre, los oyó llegar con sus picardías sexuales. Al momento de entrar ya los escuchaba suspirando, y sentía cierto recelo, pero al instante se metió bajo las fundas de la cama  esperando  en la oscuridad que un mozo extranjero alto fuerte y guapetón de los que abundaban por aquí, la estrechase entre sus brazos. Suspiro  va y suspiro viene, cuando de pronto un estallido de barullo en el fondo del pasillo, junto a la escalera, hace que se bloqueen los frágiles tendones de Ramonet. Leo pedía más y más pero no podía ser, el grupo de amigos venía andando por el corredor y podía percatarse de lo que estaba ocurriendo en esa pieza.
El botones, que se encontraba ojeando un periódico en un pequeño sofá, pidió un silencio muy pícaro, y ellos no se extrañaron porque ya los habían echado de menos, simplemente pusieron  cara de un cínico sonreír.
Al rato, y tras algunas risas y voces solitarias que atravesaban los pasillo, quedó todo en silencio, todos durmiendo en sus nuevas camas, menos Ramonet que se partía los cuernos saltando de balcón en balcón para poder llegar a su morada y apagar su sofoco  en solitario.

VICTORIANO  -  Agosto 87

Mientras; prestando atención a algunos detalles del local y a las caras y posturas de las personas que allí pasaban la mañana; escuchaba los populares compases que salían de los músicos del pueblo y mi mirada quedó silenciada, envuelta en aquel ambiente grisáceo, humeante y de un suave y enérgico desacompasamiento melódico que llenaba la sala del casino principal; en ese ambiente, mis ojos no podían separarse de la fisonomía de aquel individuo singular.
Sus pálidos ojos rojos, anclados en cualquier cosa, una mosca quizás, llamó su fágil atención, un ágil vuelo entre las ondulaciones del humo que ascendían de su puro casi apagado mientras se consumía. Su fino y pelirrojo bigote  complementaban su lánguido rostro, dándole más frescura, lustre y distinción, asemejándose a uno de esos retratos viejos que cuelgan  en las parees de algunas casas de élite, tan solo le faltaba la perilla y unas gafillas redondas de vista corta o miope.
Entre su trabajada mano, portaba enrollado un programa de las fiestas, con el que se rascaba ligeramente la punta de su estrecha y huesuda nariz.
Es un hombre de serio portante; rara vez sonreía a su nietecillo, que se le acercaba a darle lo que encontraba por el suelo, chapas, envolturas, etc.; pero, a pesar de su seco mirar se revelaba un gran corazón, de espíritu bonachón y quizás algo de aventurero y quijotesco.
Llegaron los aplausos en la sala  rebosante de gente, Victoriano; dejando secar en ese contaminado aire unas lágrimas de emoción que serpeaban entre su carcavado rostro.
Aplaudía  y palmeaba  con vigor y casi sin fuerzas. Su ancha chaqueta se le movía como un trozo de tela mojada tendido en un rincón en un día de  viento.
Como decía, durante la audición parecía estar absorto y distraído, pero sus membranas auditivas, transmitían alrededor de su dermis escalofriantes sensaciones que le ponían la piel tersa y a la vez de gallina, pues los años no perdonan, e incluso se le precipitó una ligera y espontánea sonrisilla al reconocer algún compás o recordar algún momento sugerido por la musiquilla, que me permitió ver sus mandíbulas dotadas de dos filas de dientes de compra un poco amarillentos. Se trataba de su famosa dentadura, pues en lugares como comercios, calles y callejones se comentaba que se la colocaba únicamente en raras ocasiones, para comer, o los días señalados como éste en plena feria de agosto.
Estos son algunos de los aspectos del retrato de este señor sencillo, desapercibido entre las gentes del pueblo, pero que alberga un encanto especial como sacado de un libro antiguo, un porte y un saber estar que  discretamente  llama la atención.

HOMBRE, ESPACIO, TIEMPO; SERES VIVOS  - Septiembre 87

La vida del hombre comparada con la inmensidad del universo es lo que para nosotros puede significar la vida del ser vivo más minúsculo y microscópico.
El tiempo que transcurre desde que un hombre nace hasta que muere es un millón de millonésimas veces más pequeño que el de la vida de una montaña.
El hombre, dentro del espacio estelar, se reduce a la “cuasi nada” físicamente hablando.
La vida de un hombre se puede comparar a la visión de un asteroide  que traspasa la capa atmosférica durante un espacio brevísimo de tiempo.
Cada ser vivo constituye una complejidad somática y psíquica individualizada e interiorizada según el nivel de receptividad que le proporcionan sus órganos sensitivos exteriores e interiores.
Cada ser vivo es una vida en sus más variadas circunstancias, contextos, relaciones y vivencias.
El ser vivo es tan sumamente complejo, que hasta los aspectos más simples, salen a flote a base de complicados esquemas psicofísicos y psíquicos principalmente, y que éstos son inventados por él mismo, especialmente en el hombre.
Cada persona filtra los estímulos exteriores de un modo diferente según sus vivencias y experiencias asimiladas. De este modo cada uno siente la vida a su manera y reacciona de un modo personal según sus esquemas de conducta acumulados, lo que da lugar a la actuación particular de cada hombre.
A cada ser vivo le rodea una corriente telepática capaz de emitir y recibir señales de los demás; depende del desarrollo de sus órganos emisores, receptores y unidad de procesado central, para que tenga una buena influencia del influjo exterior y una capacidad de lanzar mensajes de manera que sean recibidos por los demás.

SOCIEDAD DE COMPETENCIAS  - Octubre  de 1987

Parece valorarse unánimemente de forma positiva, aquella persona que es capaz de lograr muchas de las cosas que se propone. En verdad es algo digno de valorar, pero hay que distinguir los modos de lograr estos objetivos. Hay que tener en cuenta que un individuo se puede ganar las cosas por su espíritu de buitreo, actividad fingida, pamplineo y arrastre ya sea una persona con cualidades positivas o no. Valoro más a la gente que no tiene que utilizar esas acciones hipócritas, que sólo con la realización práctica de un estado normal de conducta se gana una amistad, un puesto de trabajo, un regalo o un ascenso, porque tiene todo lo necesario para lo que consigue o quiere conseguir, porque tiene un afán de superación que le hace formarse, desarrollarse y evolucionar, pero todo ello, de una forma noble, auténtica y con el legal sentido de una libertad de respeto.
No deshecho ni desprecio, el necesario espíritu de superación, lucha y supervivencia, que requiere poner en práctica cada uno de los miembros que habitan en esta sociedad de competencias, como dice esa famosa frase, “evolucionar o morir”. No sobrevaloro tampoco a aquella persona autosuficiente totalmente (aunque en realidad no exista) que confía demasiado en sí mismo  y no evoluciona por creer tenerlo todo y no necesita ayuda de nadie.
Parece una sandez hablar de este asunto con estos planteamientos ya que hoy en día, reina el amiguismo, el peloteo, los enchufes de trescientos ochenta voltios y toda la corrupción en cadena que acarrea todo ello. Así, la sociedad  te impulsa a arrastrarte como todos, a tratar de conseguir todos los propósitos con estos métodos sin conciencia, y el noble, el bueno, el honrado, el justo, el legal, el pardillo, el tonto, en definitiva, debe seguir llamando a la puerta una vez y otra,  hasta que entra por su propio pie.

MARI GAILA EN LA MANCHUELA DE ALBACETE  - Noviembre 87

Mari Gaila es un personaje de  “Divinas Palabras” de Valle Inclán. Era rítmica, antigua, adusta y resuelta.

Vino de su pueblo y se incorporó ya entrado el curso  al colegio mayor, con el rostro casi pelado de los largos días de vendimia, expresando un temor “de primera vez” que revelaba su poca soltura; ni siquiera decía los buenos días con un aire de simpatía pasajera; y no era por orgullo, sino porque no llegaba a más, no estaba acostumbrada a esas conductas convencionales de sociedad. Era lógico, recién llegada de una aldea donde se conocen todos mutuamente y se saludaban  más de quince veces cada día por compromiso cada vez que cruzan la mirada en la plaza o en la calle.
Durante la cola de la comida miraba con un semblante cabizbajo, seria, y sin mencionar una palabra; sólo lo hacía y de un modo descarado, con el rabillo del ojo. Me recordaba a las alcahuetas de  los barrios de mi pueblo.
Uno de los primeros días, por casualidad oí una de sus conversaciones telefónicas; contaba a su madre, que comía arroz con mollas de pollo tierno y con muchas menudencias redondas de color verde y negro grisáceo, no como el que guisaba ella, con una gallina vieja y dura de mascar, con un arroz mondo y pelondo, con un ajo triste, unas costillas secas de escuálido conejo y un chorreón de aceite medio rancio. Era una pasta incomestible, digna del albañil para tapar algún agujero. También le decía que además de esto, comían más cosas, una chulla de carne muy ancha. ¿De qué animal sería?  –se preguntaba  para sus adentros. Además un montón de patatas fritas, sueltas y despegadas sin tanto pringue como las que freía su madre con el aceite reciclado del pescado o del tocino.
Después le dijo que estaba harta de comer “tajás” de tocino gordo de aquel barraco que  atropelló su padre con el carro, y que encima recibió varias coces, entre las patas de aquel macho romo, dejando al gorrino cojo y alicaído, por lo que hubo que matarlo y meterlo en las orzas.
Este desprecio de la vida y vivencias anteriores, surge cuando vemos algo que además de ser nuevo, es excitante. No nos acordamos para nada de nuestras costumbres que practicábamos antaño, o no nos queremos acordar, incluso nos reímos de los que las realizan. Pero todo pasa; primero la balanza se desploma a un lado, para luego caer hacia el otro,  o  más tarde equilibrarse. Lo digo, porque esta chica, cuando llevaba dos meses aquí, le contaba a su familia, que echaba de menos el tomate en “aguasal”, el arrope de su buena sartén, la orza de “enajaos”, y las longanizas de  un palmo, y esas parpallas de magro asadas en las ascuas y pasadas a base de traguillos de vino, pan y aceitunas rebaneadas o estrujadas.
Así es la vida, un continuo  vaivén de desequilibrios y estabilidades, tanto internas como en relación con la influencia exterior.
Hay individuos que corren por encontrar este “nuevo mundo” y se dan a él por entero, se desmadran, se despabilan exageradamente en determinados aspectos, y muy poco en otros quizás más importantes, se estropean, se enorgullecen demasiado de ese privilegio que tienen sobre sus compañeros que quedaron en el pueblo, se vuelven pedantes y a la vez siguen siendo igual de palurdos. Y no tiene razón  de ser. Esto ocurre por la falta de cultura y porque no han asimilado las virtudes y defectos que tiene el mundo urbano. Deberíamos elegir entre lo mejor de cada etapa de la vida, para evolucionar e ir completando nuestra formación.

UNA NOCHE DE TUMULTO  -  Finales de 1988

La conocí durante una noche. Una noche de multitud y barullo entre gentes de las más variadas vestimentas y estilos de peinado; entre un ruidoso ritmo discotequero que nos sumía a un vaso cualquiera de las bebidas y pócimas a las que continuamente estamos expuestos. Allí, envuelta por todo ese humo brumoso, apareció ella, con la faz algo cansada, mal peinada de hoy, escondiendo su dulce rostro de soledad y ganas de gente. La conversación que surgió desde ese instante, estaba llena de un coloquio infinito y me faltaba tiempo para abordar todos los temas que nos llovían. Era un sin cesar de palabra y verbo bonito e inquietante, y a su vez hirviendo de sus labios medio resecos y aguanosos que dirigían hilillos de un sutil vapor hacia un lado de mi rostro. El soplo que emanaba de su ágil boca cálida, excitaba mis membranas y notaba como a ráfagas, se me ponía el vello de punta. Lo más brillante de esta velada, eran sus ojos, que luchaban por lucir en ese ambiente oscuro y necesariamente repleto de niebla, polvo, sudor y flameantes y rápidas luces de colores al compás de aquel monótono y metálico vaivén sonoro.
Me sorprendió la vertiginosidad de ese entorno en contraste con la lenta y minuciosa exploración de la que recíprocamente éramos objeto.
Se mostró ante mí como una escultura que te mira y te habla, y de la que te sientes impotente por no poder apartar la mirada. Quizás me robó los ojos, con su sonrisa tranquila y jovial.
Parecía saber de todo lo que a mí me gustaba, nos identificamos en aspectos y preferencias en cine, fotografía, música, poesía y otras inquietudes comunes. Pero sobre todo congeniábamos en nuestras costumbres y manías. Ella hablaba mi idioma, yo entendía el suyo. Fue una noche de las pocas en las que en tan poco tiempo, hay una compenetración tan grande.
Al otro día la vi por casualidad por una calle peatonal, con el ligero apresuramiento que conlleva una pequeña ciudad de provincias. Es este día lluvioso, todavía conservaba  toda su pureza y simpatía. Llamó mi atención su paso corto, ligeramente acelerado y su cabello suelto y ágil bajo su paraguas  de colores. Cuando se percató de mi presencia, la boca comenzó a mostrarme sus dientes húmedos brillando, como una luna de verano brillando es esa mañana recién estrenada. Se dirigió hacia mí, y no sé por qué me dio dos besos de rigor que normalmente se utilizan cuando hace un tiempo  que no ves a alguien, pero aquí no ocurría eso; hacía escasas horas que ambos sospechamos que había comenzado una historia de amor. Quizás con el matiz particular de cada una de las que brotan en otros muchos lugares al mismo tiempo o a otras horas del día. Todo quedó ahí.

PENSAMIENTOS

Me gustan los meses que comienzan en lunes y los que acaban en domingo; también los que cuentan con siete letras y los que tienen cuatro domingos; también los meses de otoño y los de primavera.
No es lo mismo acostarse de madrugada y borracho, para después levantarse tarde; que madrugar para emborracharse y acostarse temprano; esto último se hace con el pretexto de tener que madrugar para ir a trabajar. Lo primero tiene como fin la diversión, pero a la vista de los palurdos y chismosos, que practican lo segundo, es  más degradante  y menos positivo, que los  suyo.

El destino, es una bifurcada  bifurcación, bifurcada a su vez en varias bifurcaciones, que nos hacen elegir, ya sea espontáneamente e intuitivamente, o bien mediante el razonamiento concienzudo entre opciones que se bifurcan en otras opciones y éstas a su vez en otras, que nos pueden llevar al éxito o a la desgracia, a la felicidad o hacia la muerte. Cabe la posibilidad de llegar al mismo sitio y situación por dos caminos distintos. La Tierra es redonda o todos los caminos llevan a Roma.






No hay comentarios:

Publicar un comentario