En este periodo se incluyen diversas experiencias poéticas y en prosa fruto del trabajo y de las relaciones entre amigos y familiares.
Comienzo por un regalo de comunión realizado para una prima. Y continúo con relatos breves de esta época.
UN CORTO PASEO
Poesía escrita en diciembre de 1988, resultado de las visitas de mi infancia a la casa donde
vivían mi abuela materna, mis tíos y mi
prima hermana. Son recuerdos personales de
imágenes y sonidos de la niñez y juventud. Con motivo de la Primera
Comunión de mi prima segunda Ana Defez Cernicharo el día 5 de junio de 2011, aproveché la ocasión para montarla y
regalársela enmarcada en un cuadro.
Cuán lento sonaba el tic-tac,
en
la morada de mi abuela,
cuando al salir de la escuela,
cuando al salir de la escuela,
me
daba de merendar.
De
papeles redoblados,
y
figuritas descoloridas,
de bodas ajenas,
de bodas ajenas,
la
cornisa está llena.
Dos
alfileres, un dedal,
un
maduro calendario moreno,
botones
varios,
humo
espeso;
de
Padua,
santo
eterno.
Qué
tranquila fluye la llama
sentado
ante el hogar,
leña
seca
que
llora sin hablar,
y
rechina la enea
al
echarme hacia atrás.
Entre
cenizas
andan las fuelles,
andan las fuelles,
la
badila, las tenazas;
la
parrilla retorcida,
aguardan
las trébedes.
Recostada
en la pared,
reposa
la fresquera,
un
estante alacenilla,
revuelto
de cajas,
botes
de especias,
rancias
medicinas,
enseres.
Triste radio,
callada,
quieres
cantar,
condenada.
Sobre la mesa,
rojo
tapete,
cubiertos
de alpaca,
porcelanas,
pucheros,
un
plato desportillado,
cobertera
sin asa,
y
de barro, una fuente.
Refleja
el pañoso espejo
una puerta de dos hojas,
una puerta de dos hojas,
la
percha solitaria,
y
un torcido contador,
que
agoniza su marcha.
Maderos
podridos
de
ondulado techo,
sostienen
un candil
de
aceite negro;
esperando
como palomilla
y vela consumida
que
un día encender osemos.
De
una grieta del techo,
asoma
una araña
que
trepa a la bombilla
y
encoge las patas.
Un
puñado de sillas,
donde
vive la carcoma,
se
amontonan en la orilla,
de
un mundo sin comas.
Inclinado
está el cuadro
gallinita ciega, loca,
desnudo,
sin cristal,
escena
típica de Goya.
Viene
a mis oídos el crujir,
de
bisagras secas,
la
corriente,
un
seco portazo,
fuerte
olor,
vaho
de hojas frescas.
Interruptor
ruidoso
entre
esta humedad,
con
cuidado te pellizco,
miedo
me das.
De
la entrada a la cocina
baila
el viento las cortinas;
al fondo un pilón,
loseta de madera,
loseta de madera,
zócalo
de colores,
pastilla
amorfa de jabón
y
un estropajo bayeta.
Astas
de toro,
clavos
de pared,
el
cesto de la llueca,
escoba
de cerrillo,
brazo
de almirez.
Alta,
recia
cama
recta,
siesta
de descalabro,
palangana
y bacín,
descanso.
Hola,
mecedora
barnizada,
sigue,
duerme
en tus brazos,
la
pelliza desgastada.
Mesita
de noche y de día,
plagada de retratos,
cajón
desastre de objetos,
bajo
un roído baúl,
se
ríen los zapatos.
Un
minúsculo ventano,
anima
la habitación,
el
pino desnudo
con
un sombrero colgado,
quiere
bailar una canción.
Por
el pasillo estrecho
una
mellada escalera de yeso,
techo
del cuartillo repleto,
de
lebrillos relañados,
cazos,
perolas, sartenes,
telarañas
y orzas;
el
pilón y la romana,
retenes.
Y en la cámara,
lo
infinito en trastos viejos,
ratones,
sogas de jareta,
restos
de paja,
un
arca olorosa,
nido
de vencejos.
En un recodo, al bajar,
un
pozo con su tapa,
cuentos
de brujas,
desgracias,
historias
verdaderas,
fantasía,
niñez, quimeras.
Un
corral habitado,
de
gallinas viejas,
conejos
y cerdos,
americanas;
basurero
de peladuras,
excrementos
secos,
donde
escarban.
Cómo
me gusta beber
agua
fresca de aquel rincón,
donde
la mula roma
calma
su sed,
mientras
su arriero,
afanado,
la desapareja
cantando
su ruda canción.
Sarmentera
sobre desván,
tabla
de retrete, basurero,
cuadra,
gorrinera y cal;
fuerte
olor a zotal.
En
lo alto del fresco porche,
reforzado
de maderos,
nidos
de golondros,
salpicados
de granito;
aún
oigo el eco,
de
un piar infinito.
Aperos,
”agüerillas”
astiles
y horcas,
la
tornaja y el bozal
collerón,
forcate y “azá”,
llantas
de carro diluviano
bicicleta
y ramal.
Adiós
me dice el gato
dueño
de la casa,
con
su triste maullar,
mientras
miro en la pared,
el dibujo circular
el dibujo circular
del
abuelo con compás;
rugen
entretanto
los
herrajes en las “portás”.
No pasa el tiempo
en
este sereno lugar,
verde
amarillento,
derrochando
pensar,
se
ha hecho de noche,
y me quedo sin aliento.
y me quedo sin aliento.
Sebastián
Tolosa Cernicharo
VIAJE A LA TIERRA PROMETIDA - Primavera 1987
Aquella noche, Aurora, sumergida entre sueños, pesadillas y
raros estados de vigilia con la luz encendida, lo pasó fatal, esperando
desesperadamente que llegase la hora de partir. Tal era su alegría y ganas de
romper el cascarón de este hábitat, que le envolvía de pesares y depresiones
pasajeras que descargaba en los miembros
de su familia día tras día; que arrasó con todos sus artículos de cosmética y
ropas de la casa, en especial lo de su hermana Victoria, que es objeto
principal de las disparos y chispas de sus variados estados temperamentales y
anímicos. Se llevó ropa para un mes,
peines, lápices de labios, secador y hasta dos cepillos de dientes, por si
alguno se deshilachaba en sus intentos de frotarse las muelas de manera exasperada. No se podía esperar otra cosa. Dejó a su
hermana en cueros, la que al levantarse, en la mañana que partió, tuvo que
ponerse una larga camisa de su padre y unas alpargatas de andar por casa
mientras esperaba mojada en el tendedero, la ropa de los domingos, y para las
fiestas del pueblo.
Aurora, sumida en este sobrecogimiento de la idea de salir de
la aldea, de que iba a vivir tantas experiencias nuevas y tantos momentos no
vividos, segura de que estaría en cientos de contextos y lugares a la vez;
cargó con los disfraces apropiados para cada uno de los instantes que iba a
disfrutar. Todo ello se podía traducir en una total inseguridad y a la vez curiosidad de cara a afrontar
estas vivencias.
Ella era la mayor de dos hermanas, lógicamente afectada por
el complejo de Caín, por la herencia de autoridad, ensimismamiento y
egocentrismo que le proporcionaba su aferramiento fatal, y su letargo. Inocente como un pájaro recién nacido, pero
amarga y agria como una aceituna verde se mostraba cotidianamente.
Después de recorrer unos cargantes kilómetros en el viejo autobús, esperaron en
el puerto para subir al barco que; tras la leve inestabilidad de cubierta y
mareillos insignificantes por el ajetreo y vaivén; les acercó al blanco puerto
mallorquín.
Ya en el hotel todo había cambiado de aspecto, todo era
distinto, olía mejor, todo parecía bonito y agradable, la cama típica de hotel, las lamparitas, el
cuarto de aseo brillante; aunque su categoría no alcanzaba la de una pensión de
carretera, el precio se asemejaba al de un hotel de lujo.
Leovigilda le ayudaba a subir las maletas y bolsas, y
ordenaba cuidadosamente el equipaje, como si viniera a instalarse para toda la
vida; colocó sobre la mesita un pequeño regalo de su amiga confidente Victoria,
la hermana de aquella, camarada “de conveniencia” porque sólo acudía a ella
para dar salida a sus intimidades y no quedaran en el olvido. Victoria era como
un baúl cerrado que no despegaba el pico ni para contarle intimidades de
otros, ni si quiera a su novio
Chiquiznaque.
Leo durante el viaje sólo pensaba en su amante y semental
Juan, que lo tenía al lado; vulgarmente llamado Elías, por los líos que se
hacía la gente cuando indagaba sobre su origen paterno. “Juan El Líos“ era el amor platónico y sexual
de la niña Leovigilda que proyectaba
toda la fuerza que le transmitía este hombre roído por sus múltiples
desventuras, en un rojillo endeble,
tartamudo y medio cegato. La noche anterior al viaje la pasó con él; yo la observé y descubrí en sus ojos un
relucir aguanosillo, nunca la había visto así, excepto en Navidad, tan sumida,
tan discreta y nerviosa, ya que aprovechaba una cotidiana salida de Ramonet,
con el que solo se dedicaba, en el mutismo absoluto , la felicidad fingida y la
sinrazón incoherente, a fornicar y a realizar sibaritismos besucones, hasta tal
punto que un día estas acrobacias le lleven posiblemente a cambiar sus gafas por unas más
aerodinámicas o a hacerse la cirugía estética. Entre lentes y ojeras de
trasnoche, entre lenguas y salivas diversas, un día se le despuntó un colmillo entre bocanada y
bocanada lo que le costó desembolsar su
preciado y escondido dinero. Con la visita al dentista a la ciudad del azahar aprovechó para el
encuentro con este viejo exnovio, que quién sabe si era el ex o el habitual.
Leo, a pesar de los recuerdos inmediatos de la noche
anterior, tenía seguro su polvo en un ambiente distinto, cama portátil y ganas
renovadas, porque entre lo horribles que eran y el olor que se les apoderaba,
no debería de ser algo muy placentero para el que los mirase. ¡Ojo con
mencionar el nombre del otro en un momento de éxtasis!
Con razón los poetas se han inspirado en ti para hacer
florecer con tinta, las desventuras de una correcaminos barata.
Llegó el anochecer, toda la cuadrilla estaba cansada y para
el arrastre, pero a pesar de ello como todo estaba pagado y hay que salir a
moler el cuerpo y a disfrutar de las delicias que residen en el entrañable
pueblo del Arenal. Todo, en esta primera velada es forzado, beber, fumar,
bailar… hay que der una imagen alegre desenfadada y marchosa, y si no… ¿A qué
hemos venido? Como decía una palurda con
una botella de cerveza en la mano y molestando al personal.
Pronto se cansaron de esta paliza nuestros enamorados, que
perdidos en este fango, fueron a parar al hotel, en concreto a la habitación de
ella. En la habitación contigua, Aurora, que yacía boca arriba en su catre, los oyó llegar con
sus picardías sexuales. Al momento de entrar ya los escuchaba suspirando, y
sentía cierto recelo, pero al instante se metió bajo las fundas de la cama esperando
en la oscuridad que un mozo extranjero alto fuerte y guapetón de los que
abundaban por aquí, la estrechase entre sus brazos. Suspiro va y suspiro viene, cuando de pronto un
estallido de barullo en el fondo del pasillo, junto a la escalera, hace que se
bloqueen los frágiles tendones de Ramonet. Leo pedía más y más pero no podía
ser, el grupo de amigos venía andando por el corredor y podía percatarse de lo
que estaba ocurriendo en esa pieza.
El botones, que se encontraba ojeando un periódico en un
pequeño sofá, pidió un silencio muy pícaro, y ellos no se extrañaron porque ya
los habían echado de menos, simplemente pusieron cara de un cínico sonreír.
Al rato, y tras algunas risas y voces solitarias que
atravesaban los pasillo, quedó todo en silencio, todos durmiendo en sus nuevas
camas, menos Ramonet que se partía los cuernos saltando de balcón en balcón
para poder llegar a su morada y apagar su sofoco en solitario.
VICTORIANO - Agosto 87
Mientras; prestando atención a algunos detalles del local y a
las caras y posturas de las personas que allí pasaban la mañana; escuchaba los
populares compases que salían de los músicos del pueblo y mi mirada quedó
silenciada, envuelta en aquel ambiente grisáceo, humeante y de un suave y
enérgico desacompasamiento melódico que llenaba la sala del casino principal;
en ese ambiente, mis ojos no podían separarse de la fisonomía de aquel
individuo singular.
Sus pálidos ojos rojos, anclados en cualquier cosa, una mosca
quizás, llamó su fágil atención, un ágil vuelo entre las ondulaciones del humo
que ascendían de su puro casi apagado mientras se consumía. Su fino y pelirrojo
bigote complementaban su lánguido
rostro, dándole más frescura, lustre y distinción, asemejándose a uno de esos
retratos viejos que cuelgan en las
parees de algunas casas de élite, tan solo le faltaba la perilla y unas gafillas
redondas de vista corta o miope.
Entre su trabajada mano, portaba enrollado un programa de las
fiestas, con el que se rascaba ligeramente la punta de su estrecha y huesuda
nariz.
Es un hombre de serio portante; rara vez sonreía a su
nietecillo, que se le acercaba a darle lo que encontraba por el suelo, chapas,
envolturas, etc.; pero, a pesar de su seco mirar se revelaba un gran corazón,
de espíritu bonachón y quizás algo de aventurero y quijotesco.
Llegaron los aplausos en la sala rebosante de gente, Victoriano; dejando secar
en ese contaminado aire unas lágrimas de emoción que serpeaban entre su
carcavado rostro.
Aplaudía y
palmeaba con vigor y casi sin fuerzas.
Su ancha chaqueta se le movía como un trozo de tela mojada tendido en un rincón
en un día de viento.
Como decía, durante la audición parecía estar absorto y
distraído, pero sus membranas auditivas, transmitían alrededor de su dermis
escalofriantes sensaciones que le ponían la piel tersa y a la vez de gallina,
pues los años no perdonan, e incluso se le precipitó una ligera y espontánea
sonrisilla al reconocer algún compás o recordar algún momento sugerido por la
musiquilla, que me permitió ver sus mandíbulas dotadas de dos filas de dientes
de compra un poco amarillentos. Se trataba de su famosa dentadura, pues en
lugares como comercios, calles y callejones se comentaba que se la colocaba
únicamente en raras ocasiones, para comer, o los días señalados como éste en
plena feria de agosto.
Estos son algunos de los aspectos del retrato de este señor
sencillo, desapercibido entre las gentes del pueblo, pero que alberga un
encanto especial como sacado de un libro antiguo, un porte y un saber estar
que discretamente llama la atención.
HOMBRE, ESPACIO,
TIEMPO; SERES VIVOS - Septiembre 87
La vida del hombre comparada con la inmensidad del universo
es lo que para nosotros puede significar la vida del ser vivo más minúsculo y
microscópico.
El tiempo que transcurre desde que un hombre nace hasta que
muere es un millón de millonésimas veces más pequeño que el de la vida de una
montaña.
El hombre, dentro del espacio estelar, se reduce a la “cuasi
nada” físicamente hablando.
La vida de un hombre se puede comparar a la visión de un
asteroide que traspasa la capa
atmosférica durante un espacio brevísimo de tiempo.
Cada ser vivo constituye una complejidad somática y psíquica
individualizada e interiorizada según el nivel de receptividad que le
proporcionan sus órganos sensitivos exteriores e interiores.
Cada ser vivo es una vida en sus más variadas circunstancias,
contextos, relaciones y vivencias.
El ser vivo es tan sumamente complejo, que hasta los aspectos
más simples, salen a flote a base de complicados esquemas psicofísicos y
psíquicos principalmente, y que éstos son inventados por él mismo,
especialmente en el hombre.
Cada persona filtra los estímulos exteriores de un modo
diferente según sus vivencias y experiencias asimiladas. De este modo cada uno
siente la vida a su manera y reacciona de un modo personal según sus esquemas
de conducta acumulados, lo que da lugar a la actuación particular de cada
hombre.
A cada ser vivo le rodea una corriente telepática capaz de
emitir y recibir señales de los demás; depende del desarrollo de sus órganos
emisores, receptores y unidad de procesado central, para que tenga una buena
influencia del influjo exterior y una capacidad de lanzar mensajes de manera
que sean recibidos por los demás.
SOCIEDAD DE
COMPETENCIAS - Octubre de 1987
Parece valorarse unánimemente de forma positiva, aquella
persona que es capaz de lograr muchas de las cosas que se propone. En verdad es
algo digno de valorar, pero hay que distinguir los modos de lograr estos
objetivos. Hay que tener en cuenta que un individuo se puede ganar las cosas
por su espíritu de buitreo, actividad fingida, pamplineo y arrastre ya sea una
persona con cualidades positivas o no. Valoro más a la gente que no tiene que
utilizar esas acciones hipócritas, que sólo con la realización práctica de un
estado normal de conducta se gana una amistad, un puesto de trabajo, un regalo o
un ascenso, porque tiene todo lo necesario para lo que consigue o quiere
conseguir, porque tiene un afán de superación que le hace formarse,
desarrollarse y evolucionar, pero todo ello, de una forma noble, auténtica y
con el legal sentido de una libertad de respeto.
No deshecho ni desprecio, el necesario espíritu de
superación, lucha y supervivencia, que requiere poner en práctica cada uno de
los miembros que habitan en esta sociedad de competencias, como dice esa famosa
frase, “evolucionar o morir”. No sobrevaloro tampoco a aquella persona
autosuficiente totalmente (aunque en realidad no exista) que confía demasiado
en sí mismo y no evoluciona por creer
tenerlo todo y no necesita ayuda de nadie.
Parece una sandez hablar de este asunto con estos planteamientos
ya que hoy en día, reina el amiguismo, el peloteo, los enchufes de trescientos
ochenta voltios y toda la corrupción en cadena que acarrea todo ello. Así, la
sociedad te impulsa a arrastrarte como
todos, a tratar de conseguir todos los propósitos con estos métodos sin
conciencia, y el noble, el bueno, el honrado, el justo, el legal, el pardillo,
el tonto, en definitiva, debe seguir llamando a la puerta una vez y otra, hasta que entra por su propio pie.
MARI GAILA EN LA
MANCHUELA DE ALBACETE - Noviembre 87
Mari Gaila es un
personaje de “Divinas Palabras” de Valle
Inclán. Era rítmica, antigua, adusta y resuelta.
Vino de su pueblo y se incorporó ya entrado el curso al colegio mayor, con el rostro casi pelado
de los largos días de vendimia, expresando un temor “de primera vez” que
revelaba su poca soltura; ni siquiera decía los buenos días con un aire de
simpatía pasajera; y no era por orgullo, sino porque no llegaba a más, no
estaba acostumbrada a esas conductas convencionales de sociedad. Era lógico, recién
llegada de una aldea donde se conocen todos mutuamente y se saludaban más de quince veces cada día por compromiso
cada vez que cruzan la mirada en la plaza o en la calle.
Durante la cola de la comida miraba con un semblante
cabizbajo, seria, y sin mencionar una palabra; sólo lo hacía y de un modo
descarado, con el rabillo del ojo. Me recordaba a las alcahuetas de los barrios de mi pueblo.
Uno de los primeros días, por casualidad oí una de sus
conversaciones telefónicas; contaba a su madre, que comía arroz con mollas de
pollo tierno y con muchas menudencias redondas de color verde y negro grisáceo,
no como el que guisaba ella, con una gallina vieja y dura de mascar, con un
arroz mondo y pelondo, con un ajo triste, unas costillas secas de escuálido conejo
y un chorreón de aceite medio rancio. Era una pasta incomestible, digna del
albañil para tapar algún agujero. También le decía que además de esto, comían
más cosas, una chulla de carne muy ancha. ¿De qué animal sería? –se preguntaba para sus adentros. Además un montón de
patatas fritas, sueltas y despegadas sin tanto pringue como las que freía su
madre con el aceite reciclado del pescado o del tocino.
Después le dijo que estaba harta de comer “tajás” de tocino
gordo de aquel barraco que atropelló su
padre con el carro, y que encima recibió varias coces, entre las patas de aquel
macho romo, dejando al gorrino cojo y alicaído, por lo que hubo que matarlo y
meterlo en las orzas.
Este desprecio de la vida y vivencias anteriores, surge
cuando vemos algo que además de ser nuevo, es excitante. No nos acordamos para
nada de nuestras costumbres que practicábamos antaño, o no nos queremos
acordar, incluso nos reímos de los que las realizan. Pero todo pasa; primero la
balanza se desploma a un lado, para luego caer hacia el otro, o más
tarde equilibrarse. Lo digo, porque esta chica, cuando llevaba dos meses aquí,
le contaba a su familia, que echaba de menos el tomate en “aguasal”, el arrope
de su buena sartén, la orza de “enajaos”, y las longanizas de un palmo, y esas parpallas de magro asadas en
las ascuas y pasadas a base de traguillos de vino, pan y aceitunas rebaneadas o
estrujadas.
Así es la vida, un continuo
vaivén de desequilibrios y estabilidades, tanto internas como en
relación con la influencia exterior.
Hay individuos que corren por encontrar este “nuevo mundo” y
se dan a él por entero, se desmadran, se despabilan exageradamente en
determinados aspectos, y muy poco en otros quizás más importantes, se
estropean, se enorgullecen demasiado de ese privilegio que tienen sobre sus
compañeros que quedaron en el pueblo, se vuelven pedantes y a la vez siguen
siendo igual de palurdos. Y no tiene razón
de ser. Esto ocurre por la falta de cultura y porque no han asimilado
las virtudes y defectos que tiene el mundo urbano. Deberíamos elegir entre lo
mejor de cada etapa de la vida, para evolucionar e ir completando nuestra
formación.
UNA NOCHE DE TUMULTO - Finales de 1988
La conocí durante una noche. Una noche de multitud y barullo
entre gentes de las más variadas vestimentas y estilos de peinado; entre un
ruidoso ritmo discotequero que nos sumía a un vaso cualquiera de las bebidas y
pócimas a las que continuamente estamos expuestos. Allí, envuelta por todo ese
humo brumoso, apareció ella, con la faz algo cansada, mal peinada de hoy,
escondiendo su dulce rostro de soledad y ganas de gente. La conversación que
surgió desde ese instante, estaba llena de un coloquio infinito y me faltaba
tiempo para abordar todos los temas que nos llovían. Era un sin cesar de
palabra y verbo bonito e inquietante, y a su vez hirviendo de sus labios medio
resecos y aguanosos que dirigían hilillos de un sutil vapor hacia un lado de mi
rostro. El soplo que emanaba de su ágil boca cálida, excitaba mis membranas y
notaba como a ráfagas, se me ponía el vello de punta. Lo más brillante de esta
velada, eran sus ojos, que luchaban por lucir en ese ambiente oscuro y
necesariamente repleto de niebla, polvo, sudor y flameantes y rápidas luces de
colores al compás de aquel monótono y metálico vaivén sonoro.
Me sorprendió la vertiginosidad de ese entorno en contraste
con la lenta y minuciosa exploración de la que recíprocamente éramos objeto.
Se mostró ante mí como una escultura que te mira y te habla,
y de la que te sientes impotente por no poder apartar la mirada. Quizás me robó
los ojos, con su sonrisa tranquila y jovial.
Parecía saber de todo lo que a mí me gustaba, nos
identificamos en aspectos y preferencias en cine, fotografía, música, poesía y
otras inquietudes comunes. Pero sobre todo congeniábamos en nuestras costumbres
y manías. Ella hablaba mi idioma, yo entendía el suyo. Fue una noche de las
pocas en las que en tan poco tiempo, hay una compenetración tan grande.
Al otro día la vi por casualidad por una calle peatonal, con
el ligero apresuramiento que conlleva una pequeña ciudad de provincias. Es este
día lluvioso, todavía conservaba toda su
pureza y simpatía. Llamó mi atención su paso corto, ligeramente acelerado y su
cabello suelto y ágil bajo su paraguas
de colores. Cuando se percató de mi presencia, la boca comenzó a
mostrarme sus dientes húmedos brillando, como una luna de verano brillando es
esa mañana recién estrenada. Se dirigió hacia mí, y no sé por qué me dio dos
besos de rigor que normalmente se utilizan cuando hace un tiempo que no ves a alguien, pero aquí no ocurría
eso; hacía escasas horas que ambos sospechamos que había comenzado una historia
de amor. Quizás con el matiz particular de cada una de las que brotan en otros
muchos lugares al mismo tiempo o a otras horas del día. Todo quedó ahí.
PENSAMIENTOS
Me gustan los meses que comienzan en lunes y los que acaban
en domingo; también los que cuentan con siete letras y los que tienen cuatro
domingos; también los meses de otoño y los de primavera.
No es lo mismo acostarse de madrugada y borracho, para
después levantarse tarde; que madrugar para emborracharse y acostarse temprano;
esto último se hace con el pretexto de tener que madrugar para ir a trabajar.
Lo primero tiene como fin la diversión, pero a la vista de los palurdos y
chismosos, que practican lo segundo, es
más degradante y menos positivo,
que los suyo.
El destino, es una bifurcada
bifurcación, bifurcada a su vez en varias bifurcaciones, que nos hacen
elegir, ya sea espontáneamente e intuitivamente, o bien mediante el razonamiento
concienzudo entre opciones que se bifurcan en otras opciones y éstas a su vez
en otras, que nos pueden llevar al éxito o a la desgracia, a la felicidad o
hacia la muerte. Cabe la posibilidad de llegar al mismo sitio y situación por
dos caminos distintos. La Tierra es redonda o todos los caminos llevan a Roma.
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