jueves, 26 de mayo de 2016

CONTEMPORÁNEOS

Estos últimos años el tiempo pasa rápido y las escrituras pasan por la cabeza y a veces no se recogen en el papel. Los avatares del trabajo, de la vida en matrimonio, las obligaciones, los palos que va dando la vida, los sobresaltos y la pérdida de seres queridos hacen que los ratos de sosiego para escribir, sean parcos y breves.


DE CONTINUO - 2012

Estaba contemplando algo extraño,
en la cotidiana salida del Sol.
Solo ante las nubes somnolientas,
desperezándose en la mañana.
Se colaba polvo de oro,
tímidamente entre ellas.
Una brisa levantaba las hojas
que un día me refrescaron la memoria.
Recuerdos de un tronco viejo
 que cobijó un ratón.
Algo me dijo el atardecer;
un día más en la mochila.



OTOÑO DE LIBRO - 2013

Sobre suaves lomas, ocres hojas,

un ocaso,

entre grises, naranja y grana,

un crepúsculo sereno

de otoño.



Tras la recolección, el otoño se apodera de los campos.
Mientras... los pinos, esperan...

que todo se vaya tiñendo de marrones y ocres.





RECUERDOS DE UNA INFANCIA PARVULARIA

                Soy de la generación del  "Baby Boom", nacido en los años sesenta. Por aquellas fechas  funcionaban en Casas Ibáñez varios centros educativos; primero, el Colegio Libre Adoptado Virgen de La Cabeza (instituto en el que se cursaba el Bachillerato antiguo con las  temidas reválidas y el  caduco PREU,  que posteriormente  pasó a ser de BUP y COU),  en segundo  término, el Colegio San Agustín (donde se impartía la clásica EGB,  cuyas dependencias estaban repartidas  entre la  parte trasera de Las Monjas, igualmente en unos locales de las "Casas Baratas", en otro inmueble de la calle Pascual Faura que también albergaba la Biblioteca Municipal y una clase de Educación Especial, más tarde Club de Jubilados y hoy Residencia de la Tercera Edad,  y  por último, a la espalda del citado instituto, la cabecera principal con ocho aulas),  asimismo  existía la Academia de Villena, también las Escuelas Parroquiales, que se encontraban en los locales de la plaza de toros, y finalmente, el Colegio del Convento de las Trinitarias. En concreto, me  voy a centrar en este último, entrañable para mí por las evocaciones que me suscita. Dos fueron los cursos que  aprovechamos en sus instalaciones, rondando los cuatro y los cinco años de edad, correspondientes a la Educación Infantil de la época, para después salir a estudiar desde sus comienzos,  la Enseñanza General Básica.  

                Cada mañana, tras el ligero desayuno y un rápido aseo por el agua tan fría, iba a llamar a mi abuela, que me esperaba para acompañarme gustosa al parvulario, cumpliendo puntualmente con el ritual de ofrecerme, simulando extraer de mi oído, una bolilla de anís, de las que acostumbraba a llevar en los bolsillos como cebo de emergencia. Ante la puerta de madera del convento moteada de clavos negros y bajo una cruz trinitaria que llamaba la atención, todavía tengo reminiscencias del sonido de la campana de la parte superior de la entrada al mismo, que tañía rauda y alegre  todos los días a la hora de la entrada. Al oír aquella música tintineante y aguda que se perdía entre el bullicio de unos párvulos deseosos de entrar,  nos ponía en alerta para ocupar el  edificio, no sin antes  recibir por parte de la monja de turno  el "Dios te salve María..."  al que  contestábamos  con nuestra voz temerosa y a la vez pueril con  un "...sin pecado  concebida". El acceso se hacía en fila y en orden, y ya en el interior, daba una sensación de  limpieza, pulcritud y pureza total, mezclada con el respiro del aroma a leña que se consumía en unas estufas enormes, o por lo menos  a mí me lo parecían,  y que  además  estaban rodeadas por una  malla circular para evitar que los  niños más curiosos comprobaran que aquello quemaba de verdad. Cada uno en su pupitre, tras colocar los abrigos en las perchas, esperaba las primeras palabras de bienvenida de Sor María Pilar... quizás... Leíamos en un libro que conservo con todo el apego, El Parvulito, además practicábamos el alfabeto con unas letras mayúsculas y minúsculas impresas en cartón redondo con fondo blanco que,  al ser mostradas y observadas junto a los gestos de las docentes, todos entonábamos al unísono. También hacíamos copias de "muestras", números, cuentas y dibujos en aquellas libretas encuadernadas en tapas de papel,  grapadas por el centro y con cuartillas amarillentas.

                El régimen disciplinario era el de aquellos tiempos, se advertía un respeto por las sayas, añadido a la sobriedad en la decoración  de las aulas, que tampoco incitaba al jolgorio; pizarras insertas en  los  muros,  escaso polvo de tiza, paredes blancas y algún santo o crucifijo creo vislumbrar en la lejanía del tiempo. El aula de castigo o "cuarto de las ratas" que así lo llamábamos, era un almacén de tocones de madera donde debían pasar la penitencia  aquellos que "se portaban mal". Había momentos de oración en los que se recitaban canciones con  las manos juntas en posición de rezar como,  "Vamos niños al Sagrario, que Jesús llorando está, pero viendo a tantos  niños, muy contento se pondrá..." Me suena lo de la leche en polvo por unos bidones de cartón que había almacenados  tras las cortinas del escenario de la parte  trasera del edificio.  El periodo de receso se atendía en un espacio pavimentado y  agradable con sombras y aromas  que proporcionaban  los frondosos árboles y plantas que allí crecían, por lo menos había uno grandísimo en el centro que nos acogía durante el juego igual que una madre protege a su prole. Los aseos estaban afuera y las monjas nos ayudaban con los engorrosos tirantes abotonados que  te mantenían todo el día el cuerpo y los pantalones sujetos a los hombros. Había otro patio de tierra en el que al fondo había un cobertizo a modo de gallinero donde las hermanas  criaban a sus  gallinas, pollos y conejos para su alimentación cotidiana, allí nos colábamos si veíamos la puerta abierta. Siempre que huelo el desinfectante Zotal viene a mi retentiva aquel porche  en forma de jaula al que estaba prohibido acercarse lo más mínimo.
                          
                Nuestra afición particular era infiltrarnos, aprovechando el trasiego del recreo, para escurrirnos por aquella escalera palaciega ligeramente en curva cuyos escalones tenían el borde redondeado facilitando la bajada al estilo tobogán. Igualmente a la salida, ante el más mínimo descuido, ya estábamos encaramados en la escalinata haciendo el deslizamiento de rigor,  donde,  si la mala suerte te acompañaba, al aterrizar te topabas  con las abarcas de cuero negro de la religiosa, que te esperaba para  echarte el rapapolvo y mandarte a tu casa más derecho que una vela. Acudíamos al cole con una carterilla de "material" con asa, porque entonces las mochilas parecían no haberse inventado. Íbamos ligeros de equipaje; el cuaderno de escritura, el texto de Álvarez, el lápiz  cilíndrico auténtico de color madera que mi padre afilaba con la navaja, un borrador y el almuerzo envuelto en un triste  papel. La vestimenta era igualmente dotada de sencillez, a parte de la indumentaria del babi a rayas; en invierno, una taleguilla de espuma en forma de tubo, un jersey casero de lana y zapatos, y nada más despuntar la primavera, unos pantaloncillos cortos casi a la altura de las ingles, la camisa y calcetines blancos con sandalias eternas.                                                                                                                                                            

                 En  estos días en que se está recopilando información sobre el Colegio Religiosas Trinitarias de Casas Ibáñez me van brotando estas resonancias que vienen en blanco y negro. En definitiva y nostálgicamente hablando, es grata la memoria que conservo de aquel lugar  que olía  a infancia, resinas, alcanfor y goma de borrar, donde el cariño y la felicidad era lo que reinaba.                                                                                                                
                                                                                                            Mayo de 2014             

 Sebastián Tolosa Cernicharo



ALBACETE EN BLANCO Y NEGRO

Años sesenta y setenta, en blanco y negro...  frescor de madrugada...castañas asadas, edificios castrenses, riego de calles con  manguera. Gente con prisa, señoritos, curas, monjas, militares, mutilados de guerra, limpiabotas, botones, porteros y porteras barriendo la puerta, adoquines y sonidos huecos de cascos equinos y galeras. Al bajar de la Requenense...  te aguardaban... la gitana canastera de luto... caramelos y peladillas, un hombre forrado de cuchillos vendía llaveros de navajillas, el olor a churros, y el seco frío te envolvían, obsequios y cajas de cuchifritos en la sala de espera del otorrino, la oscuridad del oculista, el análisis de sangre y orina, y sin música relajante en el dentista. Catedral, Altozano, Paseo José Antonio, Calle Ancha hacia el Parque, Recinto ferial, Plaza de las Carretas, Jardinillos, Pasaje Lodares. La Mayor, calle de los ladrillos, cruce con la Gran Vía, rascacielos Legorburo, ascensoristas,  "iguales para hoy en las esquinas ", plaza y mercado de abastos con campana y reloj. Alto de la Villa. Voces cazalleras... puestos de encurtidos, plátanos en rama, bacalao, gorros y guantes, carretas y motocarros, viejas posadas,  gente de afuera, venta ambulante, churrería de la esquina, chocolate y porras, lugar de tertulia, descanso de viandantes, despachaba la anciana de negro y mandil blanco con puntilla y manguitos, como las de antes. La feria, ilusión, cabalgata de manchegas, bandas de música, peñas, escaparate de pueblos, lo que flota y  lo que no flota, el callejón de la  risa, tigres y anacondas, la mujer sin cuerpo, la noria,  el laberinto, el tiovivo, el gusano del amor y  otras atracciones peligrosas, puerta de hierros. Circo  ruso, Teatro chino, algodón de azúcar,  charlatanes por doquier, vinos, cantinas y tascas, sol y moscas, cargados con regalos de tómbola, horcas o sartenes de los Redondeles, Pincho y Templete. Así era  el grisáceo Albacete... fábricas de harinas, aviones en estampida, mercados Invasores, bufidos de trenes, almorzar lomo de  matanza y una naranja  en el banco de un parque sentados enfrente, escuchando  el rumor de la fuente, mirando la Bicha de Balazote o la Dama Oferente, y visitar Simago, Legorburo, Fontecha y Cano, el estanque de los patos previamente, o  a alguna tía familiar,  ya señora de ciudad, huida por la tangente.   

 Sebastián Tolosa Cernicharo                                                                                              

 Febrero 2015







VAIVENES EN EL ANTROPOCENO

El hombre, ese simio bípedo, primate superior,
ser mágico y dueño de la naturaleza,
gregario por excelencia, pero... de contigo pero sin ti,
individual y solitario por antonomasia,
dependiente, esclavo de sus escenarios y audiencias,
confiado en sus amigos y enemigos,
receloso de los suyos,  de los cercanos embustero,
y que por desgracia...  ya olvidó hace tiempo
las comunidades públicas de su juventud ingenua,
en que todos sabían de todos y nadie de ninguno,
excepto de los claros casos raros.
Hoy, cada uno emprende su camino,
de  granuja solitario y homo sapiens,
donde nada queda oculto en un secreto a voces,
salvo lo que resulta inconfesable...
Y es en esos lugares, con un vidrio en los labios,
cuando se apoya en la barra y  no mira de frente,
donde afloran las maldades y las profundidades,
lo deshonesto y lo infame, las gracias, las bromas y las vanalidades.
Sitios de culto y ocio, rincones de encuentro y negocio,
ermitas de muchedumbre, soledad y desesperación,
donde actúa esta víctima autodepredador.



                                                               Sebastián Tolosa Cernicharo, marzo de 2015




LUNES DE MERCADILLO     -   JULIO DE 2015

Se apresuran los vecinos de los pueblos colindantes a coger la mejor sombra para su vehículo y salir como la bala de una escopeta a florear y adquirir los productos viajeros que se ofrecen en los puestos del mercadillo de los lunes. No solo es eso, se trata de demostrar que están ante una semana más en la que hay que fichar para ver a los amigos y gentes de las semanas anteriores y ponerles al día de sus proyectos o de sus conclusiones. Los oriundos también dejan sus casas temprano para comprar la fruta fresca recién llegada de la lonja y comprobar si ha venido el de Cilanco con los melocotones o el de las lechugas de Jorquera. Y después escarbar entre las ropas trasnochadas de boutique que están a precio de saldo. Tanto los de aquí como los de allá con sus atuendos cotidianos, con sus distintivos... el del sombrerete, la del moño, el del niqui eterno a rayas... se pasean de arriba a abajo y de abajo a arriba alardeando de su individualidad y lanzando al viento sus frases lapidarias y chascarrillos, su cotilleo y dicharacheo.


En definitiva, un escenario de reencuentro semanal, quincenal o mensual dependiendo de la asiduidad de cada uno, en el que comprobamos una vez más que estamos aquí con los pies sobre la tierra y que estamos vivos.




DE SALAS DE ESPERA Y BANCOS DEL PARQUE

Se suelta la lengua
y detrás de ella, la barbarie,
palabras vagas, de desecho,
de usar y tirar.
Conversación basura,
diálogo de necios
en el desierto.
Temas trascendentales
en el abismo,
que despojan a un inocente
en un santiamén.    
                               Octubre de 2015




EL PREGÓN PECULIAR DE UN SENTIR PARTICULAR

Al instante de escuchar atentamente entre la multitud asistente el discurso de  aquella mujer sacrificada, me puse manos a la obra. Agradecí su intervención en  las redes sociales con estas palabras:
 “Una gran lección fue la que nos dio anoche Mari Flor en el pregón de las fiestas de la Virgen de la Cabeza. Si ya se quedó claro con el mensaje de Iñaki el año anterior ensalzando a nuestra patrona en todos los aspectos de la vida desde que tenemos uso de razón, en esta ocasión nuestra paisana ha elevado la temperatura de tal manera, que nuestros corazones se derretían al escuchar sus palabras envueltas en sollozos y transmitirnos su devoción y la idea necesaria de unir la fe al esfuerzo, al trabajo, al sacrificio y a la bondad en esta sociedad a la deriva en que esperamos recibir sin dar nada a cambio. ¡Enhorabuena y suerte!”
Los primeros recuerdos que llamaron a mi puerta fueron aquellas fotos que conservábamos en mi casa mezcladas y sin clasificar en una caja de zapatos, entre las que me encontraba yo, en el centro, cogido de las manos de mi madre y  mi padre en la  verde pradera del parque de la ermita, por la que en aquellos tiempos discurría el pequeño arroyo que manaba de la fuentecilla entre juncos y álamos blancos, y traspasaba la  arbolada carretera por debajo del puente donde antiguamente  había un lavadero improvisado, donde en los matorrales y arbustos se tendían las sábanas blancas que ambientaban el remanso de agua con el aroma a jabón casero.
Mi afición, si se puede llamar así, por la imagen de la Virgen de la Cabeza viene de  la religiosidad de mi padre, que respetaba las fiestas de guardar y recuerdo que en casa de mi abuela paterna tenían siempre un pequeño  altar o capillita donde le rezaban a la Virgen y a otros santos y santas. Además, contaba mi padre que era aficionado a portear a la Virgen en su llegada desde la ermita, pero se fue desengañando porque en la entrada al pueblo la gente se hacinaba entre las andas para llevarla por  las calles centrales y  con el fin de  evitar disputas y al ser un hombre de extrema prudencia, cedía el puesto a los ansiosos y fervorosos presumidos que sin haber sudado ni una gota,  la entraban  por la puerta grande a la iglesia, cuando el verdadero trabajo lo hacían otros que sin  relevo la acercaban al pueblo desde su morada.
Se cerró el ciclo cuando el día de su entierro lo citó postmortem el señor párroco en el oficio de difuntos al contar que le relató que en un viaje  que hicieron juntos había alcanzado la gloria al encontrarse con la virgen verdadera en la ermita de Andújar. Pero todo esto es agua pasada que  no mueve molinos.
Otro caso me ocurrió con mi suegra, que en paz descanse,  que era una gran devota de la Virgen de la Encarnación en Casas de Ves, así como de la Virgen de la Cabeza,  aunque en esto de las vírgenes no debe haber polémica, cada  pueblo tiene la suya y las celebraciones varían poco de un pueblo a otro, con las comidas y almuerzos en hermandad, misas, etc… aunque lo más emotivo venga siendo la entrada triunfal a la iglesia tras venida de la romería. La Virgen es la misma en todos lados, la madre de Jesucristo y la nuestra propia en el cielo.
Siempre veníamos a la romería el domingo y le gustaba oir la misa mayor que se realiza en la ermita a las doce del mediodía, y por supuesto recibirla en la iglesia  por la tarde cuando entre vítores, zarandeos y la marcha del himno nacional  se le llenaban los ojos de lágrimas. La única  queja que salía de sus labios era que  no se acordaban nunca de los devotos  que  no eran de Casas Ibáñez, y ante la frase  --“Ibañeses… viva la Virgen de la Cabeza”,  me miraba sonriente y me recordaba sin decir nada lo fanfarrones que somos. ­­--Y a los demás que nos parta un rayo… --refunfuñaba sin malicia y con una carcajada. Hoy desde hace un tiempo se va teniendo una visión más cosmopolita, una proyección más amplia y se le pregunta a la gente de dónde son. Todos sabemos que desde tiempos remotos acude gente de numerosos lugares con sus ofrendas, lamentos y esperanzas.
La llevaba en el corazón como un ibañés más o  como cualquier persona que sea admiradora de la tradición mariana, en concreto de esta imagen.
La celebración de esta fiesta religiosa la he vivido siempre desde fuera, nunca he sido un santurrón, aunque haya respetado el culto y de vez en cuando oiga misa o visite a  nuestra madre en la ermita. Tampoco me veo portando a nuestra señora en procesión,  ni siquiera trajeado, acompañando a las manolas que lucen bellos mantones y tejas bordadas a mano.
Mi acercamiento a la Virgen de la Cabeza se producía en la juventud cuando estudiaba la forma de poder colocarme en el mundo del magisterio de educación y llevar un régimen de estudio disciplinado y de concentración en las materias de la oposición, alternándolo con  el buen comportamiento en el  actuar correctamente con la gente  que me rodeaba. Era un diálogo constante con esa entidad etérea  e intocable  que me daba fuerza día a día. Además me imagino a aquellos soldados heridos, desarrapados y hambrientos que fueron atendidos en los hogares ibañeses de antaño y que sin olvidar el milagro que les hizo su virgencilla de Andújar, de calmar sus sudores y alimentar el espíritu, no dudaron  ni un momento en entregarla como agradecimiento, desprendiéndose de lo más valioso que tenían, que era el motivo de su fe.  Gran hazaña la de estos muchachos  que es la que nos trae el júbilo día a día en la ermita y las en las celebraciones  anuales.
Cuando te acercas a su rostro frente a frente  y la miras  fijamente para pedirle un deseo o petición, no te irradia la benevolanza que te da una imagen monjil que te dice, --no te preocupes que lo vas a conseguir, sino que, ese rostro moreno de andaluza despabilada y pelo anillado te está comunicando otras cosas, ente ellas, --no creas que por venir aquí lo tienes  logrado, tienes que trabajar duro, ser bueno, practicar el amor con tus semejantes, tener paciencia, contar  con  las dificultades que te vas a encontrar paso a paso, pero te ayudaré si te sacrificas y tendrás tu recompensa, pero no te garantizo nada.
Introduciendo por la ranura el pequeño óbolo necesario, enciendo una vela de estas artificiales que se han puesto de moda para evitar incendios, aunque el olor a cera en las ermitas sea uno más de los ingredientes necesarios con el objeto pedir fuerzas e iluminación para afrontar las dificultades. Y después  te vas a casa tranquilo por haber hablado seriamente con la jefa.
Y llega el día, el último domingo de abril; no tiene pérdida, la  mejor forma de quedar para una reunión, a nadie se le olvida. Estando en la cama de niño nada más romper la madrugada, ya se oían danzar los tractores con los cantares y voces de gente subida en los remolques con los utensilios para pasar una jornada de alegría asando chuletas y revolcándose en la hierba entre los juncos, mientras se oían las campanas de la ermita que volteaban y volteaban sin parar. Hoy ha cambiado el panorama, aunque el programa de actividades sea el mismo, al estar  emulando otras romerías cercanas, el montaje  se prepara con antelación de  dos días, y aquello parece más un asentamiento de los bárbaros que un almuerzo campestre en armonía con los tuyos. Y visitar la ermita, el trasiego de gentes de otros lugares que vienen a orar, a pedir fuerzas, y aspirar  el aroma  a flores que impregna el ambiente que se evapora por los rincones de los altares, a elevar una plegaria a  la madre. Y el reencuentro con aquellos que año tras año solamente los ves en este concreto lugar y en este día singular que  si no lo vives  piensas que  ha pasado un año en balde y parece que no transcurren los años.
El momento cumbre, tras la pausada y silenciosa procesión a ritmo de marcha,  es la entrada de la virgen en el templo con ese paso marcial y balanceo que le caracteriza, al son del himno español, entre la alegría y la llamada catedralicia de la campana mayor combinada con el ligero desafine de la del reloj. Aplausos, vivas, temores, anhelos, lamentos, secretos, que se entrecruzan en las bóvedas ciegas de la nave central, y ¿dónde van a parar? Cada uno lleva su cruz y busca fuerzas para  llevarla en estos momentos  en que todos vamos a una. Pero el culmen de la jornada es el canto del himno de la Virgen de la Cabeza, el pueblo al unísono y acompañado de los compases de la veteranía musical y el empaque de los vientos al son de una canción que combinada con la música surge una oración que es como el padre nuestro ibañés,  para momentos gloriosos, o en los que estás hundido en las miserias del alma, y como colofón,  los vivas sucesivos, en especial el de “Angelete”, al que nadie se adelanta. Y siguen sonando aplausos enfervorizados, tras esa melodía cantada a la que se le escapan matices de marcha militar y rasgos jazzísticos, entre el heroísmo y dramatismo de sus acordes, hasta que nos damos por vencidos y nos vamos a cenar.      
                                                                                                  Abril de 2016

 ¡Viva la Virgen de la Cabeza!

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