jueves, 19 de mayo de 2016

Así empezó todo...


Así empezó todo...

Durante mis estudios de Magisterio en la Escuela Universitaria del Profesorado de EGB  de Albacete, que entonces pertenecía a la Universidad de Murcia, tuvimos la suerte de recibir clases de una profesora de literatura ejemplar. Una mujer de las de antes, exteriormente, pero con unas técnicas didácticas que hoy están en boga  en todas las universidades de España. Doña Carmen Agulló Vives, una catedrática que despertó en mí muchas cosas que estaban en estado latente  o en un sueño profundo de hibernación al estilo del oso cavernario.
La primera vez que me nombró por mi nombre y apellidos, recalcó en el que por parte de mi madre llevo en el  carnet de identidad, me dijo que era de origen italiano, asunto  que ya sabía yo  por las anécdotas que contaban  mis familiares sobre mis antepasados italianos  y caldereros que salieron huyendo de las guerras y del hambre embarcando en el puerto de Nápoles y llegando a España seguramente por Valencia. Me dijo cómo se pronunciaba Cernicharo, que estaba españolizado al estilo de Pinocchio, al que todos llamamos Pinocho, así, de Cernicchiaro  como apellido original, pronunciado como "Cherniquiaro" pasó a Cernicharo totalmente nacional. A partir de ahí mis pesquisas sobre mis orígenes han ido en ascenso y ya cuento con un gran número de datos sobre el tema, que desarrollaré en otro momento.
Una de las tareas que nos encargó esta vanguardista docente fue nuestra introducción en el mundo de la prosa y de la poesía, a través de trabajos que luego se encuadernaron y tuvimos cada uno de  los alumnos en nuestras manos y en las ocasiones que nos hemos juntado por la celebración han salido de nuevo a la luz  y se han leído en voz alta constatando la poca experiencia que teníamos en esas labores y sobre todo una edad que no se prestaba mucho a la contemplación y a lo bucólico.                                                                                                                 También tengo que citar a un gran amigo que tuve en la infancia, Manuel Picó Descalzo, que tras  la influencia de un primo suyo que era un periodista afamado nacional adquirió una gran afición por  la escritura de artículos literarios que le corregía cuando venía  al  pueblo en periodos vacacionales.  Y yo, como pasaba tantas horas con mi amigo Manuel, me leía sus artículos, los que me parecían formidables, y algo se me  pegó de aquello.  

A continuación  muestro los escritos que conservo de esa época. El primero, es un escrito en prosa de un pensamiento onírico de la postadolescencia, el segundo es una estancia entre la naturaleza, que tanto reclamábamos en nuestra juventud  y el otro un "adiosito" o despedida al estilo mejicano que utilizamos en aquel momento para despedirnos de la antigua Escuela de Magisterio.

Además incluyo otro escrito titulado "Inolvidable despertar", que es de la misma época.


AÑORANZA DE MI BICICLETA ROJA QUE A TANTOS SITIOS ME HA LLEVADO. 1983

Me asomé desde el alféizar de mi ventana y percibí ese maravilloso día de  primavera. El cielo, con algunos cúmulos esponjosos y blancos de algodón.
No se me ocurrió otra cosa que coger mi bicicleta y salir al campo, sin rumbo, como buscando alguna sensación que fuera alimentando más el simpático espíritu  que me acompañaba ese día.
Tras subir una larga  y delicada pendiente, vi una casita donde apoyé el ciclo. La pared estaba agrietada, vivían algunas arañas. Busqué una piedra plana y sentándome en ella me dejé recostar un poquito en su muro.
Miré a mí alrededor; la parva, estática en la era, me lanzaba algún destello con sus brillos. La luz del sol  era cegadora, su calor, sofocante; me quedé casi sin darme cuenta, dormido como un bebé que acaba de ingerir la dosis de leche  o papilla preparada por su madre. Es esto, mis sueños volvieron a repetirse… ”corría y corría, sin descanso, hasta que en su momento, cogí tal velocidad, que me elevé en el aire como si volara, me sentía como un cuervo dando vueltas a su objetivo nutritivo. En el tejado de la casa descansaban unos palomos que observaban mis movimientos, los montones de leña que esperaban ser prendidos, parecían desde esta altura, hormigas aplastadas. El aire rozaba mi rostro y levantaba mis cabellos, lo que me hacía notar mejor el ardor de la fuerza del mediodía. Algunos mosquitos venían a estrellarse en mi rostro. Cansado ya de este ágil vuelo me senté en la chimenea. Al fondo, por el horizonte, asomaban las casas más altas del pueblo y la torre de la iglesia, que entonces anunciaba las doce y media  del mediodía. En esta atmósfera, se oía de lejos el alboroto de los niños que jugaban con su habitual griterío, y algunos automóviles que derramaban  a través del espacio, el agudo vibrar de su claxon”.
Desperté cuando el  balido de las ovejas que pastaban humildemente, me taladraba el oído; vi como una de ellas, amamantaba a su cachorrillo, y poco a poco fui adormeciendo de nuevo.
Ahora, al atardecer, mientras pedaleo lentamente dejándome llevar por la gravedad y la suave pendiente a lomos de mi bicicleta, es cuando recuerdo esos dulces momentos.



INTER NATURA. 1983

Caminando sosegadamente por las altas colinas de aquel paraje, que se encontraba en contraste y en desnivel con las llanuras de mi tranquila meseta, me dí cuenta de que era el momento oportuno de pararme, y pensar, y así lo hice, senteme en una gran piedra, un cubo amorfo, grisáceo, un lugar donde casi tumbado podía estar. Primero, boca arriba, contemplé el azul del cielo, algunas nubes pasaban lentamente, se entrecruzaban encabalgándose, y entre  ellas, dos gorriones planeaban jugueteando, como queriendo mostrarme la belleza de sus logrados vuelos; yo me preguntaba, ¿Quién ordena todo esto? ¿Cómo son posibles estas simples maravillas?
Luego me puse boca abajo, apoyando mi barbilla sobre los brazos entrecruzados; ante mis ojos, desde esta altura, había una ladera llena de verdor, y abajo, al fondo, entre unos juncos salpicados con rocas de grava, serpeaban las perezosas aguas de un pequeño arroyo, en el que algunos pájaros acudían a picotear algún gusanillo, un bichito, o, qué se yo…
Las preguntas no se borraban de mi mente; seguía sin encontrar la respuesta.
Al lado de la gran piedra había un hermoso árbol del que  recuerdo su nombre, un olmo, pero, eso  sí, era un gran y alto acompañante que sólo con el movimiento de sus hojas, y el piar de sus inquilinos, acariciaba mis tímpanos.
Con toda esta avalancha de sensaciones, comprendí que todo esto que se llama Naturaleza, era algo especial; eso que no está entre el mundo civilizado, es lo que creó Dios con sus manos.

Antes de abandonar aquel sustancioso lugar, clavé una caña en el suelo, como símbolo del agrado que sentí, ante nuestra Mater Natura.

ADIOSITO. 1983

Adiosito alegremente entristecido. ¡Adiós pequeños filólogos! ¡Ya nos veremos por ahí...!  

Tú, casado o casada; ese y esa, ejerciendo de maestros; él o ella, en el campo, o cosiendo, o fregando; aquel o aquella, enfermos; vosotros o vosotras, opositando; nosotros, en la mili.

Dejemos que el destino nos conduzca por buenos caminos...



INOLVIDABLE DESPERTAR        1983

Fue en la primavera de mi vida, cuando el amor me abrió los ojos con sus mágicos rayos, y tocó mi espíritu por vez primera con sus dedos de hada, y ella fue la primera mujer que despertó mis sentidos con su belleza y me llevó al jardín de su hondo afecto, donde los días pasan como sueños y las noches como nupcias. Ella fue  la que me enseñó a rendir culto  a la belleza con el ejemplo de su propia hermosura y la que, con su cariño me reveló el secreto del amor; fue ella la que cantó por vez primera para mí, la poesía de la vida verdadera.
Todo joven recuerda su primer amor y trata de volver a poseer esa extraña hora, cuyo recuerdo transforma sus más hondos sentimientos y le dan tan inefable felicidad, a pesar de toda la amargura de su misterio.
En la vida de un joven hay “una” que súbitamente se le aparece en esta edad clave, que transforma su soledad, en momentos felices y que llena el silencio de sus noches con música.
Por aquella época estaba yo absorto en profundos pensamientos y contemplaciones, y trataba de entender el significado de la Naturaleza y la revelación de los libros de filosofías nuevas para mi conocimiento, cuando oí al amor susurrándome en mis oídos a través de sus labios. Mi vida era un estado de coma, vacía como la de Adán en el Paraíso, cuando la vi en pie ante mí como una columna de luz. Era la Eva de mi corazón, que lo llenó de secretos y maravillas, y que me hizo comprender el significado de muchas cosas inaccesibles hasta entonces para mí.
La primera Eva, por su propia voluntad, hizo que Adán saliera del paraíso, mientras que ésta, involuntariamente me hizo entrar en el lugar del amor puro y de la virtud, con su dulzura y su querer; pero lo que ocurrió al primer hombre, también me sucedió a mí, y la espada que expulsó a Adán del Paraíso fue la misma que me atemorizó con su filo resplandeciente y me obligó a apartarme de aquello sin haber desobedecido ningún mandato, y sin haber probado el fruto del árbol prohibido.

Hoy, después de haber  transcurrido algunos años, me queda de aquel sueño, un recuerdo pausado y amable.




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