DESARRAIGO Y EGOISMO EN LA ESPAÑA
VACIADA.
Nació en la llanura seca y pobre. Su familia sobrevivió a las
crisis desde la agricultura de subsistencia, trabajando de sol a sol sin saber
lo que eran unas vacaciones, ni siquiera
un fin de semana. Cuando salió de allí para estudiar, se hizo urbanita, intelectual
y burgués. Vuelve a sus orígenes solo en fechas señaladas y a veces por obligación.
Le gusta que le saluden por la calle. Agradece la cercanía y el calor de la
gente rural. Cotidianamente, en su
burbuja, está rodeado de bienestar,
tecnología y comodidades. Cuando regresa,
le gusta ver que la vida en el campo ha
avanzado, pero a la vez quiere que todo permanezca intacto, como siempre, tal y
como lo vivió en la infancia y juventud. Presume y fanfarronea en su pueblo,
porque es de allí y le gusta decirlo. Anclado en el pasado, habla de los acontecimientos pretéritos a base de apodos y anécdotas de antaño, de antonomasias, de estereotipos familiares y de visiones ancestrales y particulares de clanes, que seguro, han evolucionado, pero parece que todo duerme paralizado en el tiempo, dentro de la memoria de este huésped de conveniencia. Pero no quiere permanecer más de lo justo
y necesario, pues le agobia la apatía y la rutina impasible que se respira, ya que
en invierno desde que oscurece, no se ve a nadie por las calles. En los
comercios se siente vigilado y criticado por lo que compra o deja de comprar e incluso por ser “de quien” es. En los bares
están los cuatro asiduos de siempre, esperando nuevas noticias para expandirlas
rápidamente, desde saber de dónde viene o adónde va, hasta banalidades como el tiempo que hace o que va a hacer al
día siguiente según la puesta de sol o
la forma de las nubes. Quiere estar cerca de los servicios sanitarios,
culturales y de ocio, pero a la vez
espera que la gente no salga huyendo de aquí. Desea que su localidad natal
tenga movimiento y vida, que se oiga el griterío de los niños en el parque y
que se escuche a la gente hablar cuando están tomando el fresco. Pero él se va,
que esto es un desierto. Tiene el trabajo en la ciudad. Y cuando se jubile
seguirá igual, en la urbe que le protege, porque allí en la aldea, está seguro de
que se aburrirá, aguantando a los mismos
depredadores que soportó en la vida, derrochando el tiempo sentado en un banco,
con sus discursos rancios de política, contando una y otra vez sus trueques,
artimañas y negocios, soportando sus
imaginarias hazañas y sus reales cabezonerías, o contemplando un vaso de vino
en la barra de un bar y observar como se vacía y se vuelve a llenar, royendo
cuatro cacahuetes, mientras alguien se le arrima y le da la murga o el camarero
le va dando la razón a lo poco que dice o puede decir.
El que tiene un pueblo tiene un
tesoro.
Sebastián Tolosa Cernicharo. Agosto de 2020.
No hay comentarios:
Publicar un comentario